Edvard Munch. Arquetipos
El próximo domingo 17 de enero finaliza la exposición de Edvard Munch en el Museo Thyssen-Bornemisza, y como siempre, termino esperando al último momento. Por fin saqué tiempo para verla hace unos días, y la verdad es que me sorprendió bastante, principalmente porque veo que los grandes museos como el Prado o el Thyssen han dejado de “reubicar” sus obras llamándolo “exposición” y se pueden ver obras traídas de otras instituciones del mundo.
Sinceramente, no conozco mucho de la vida y obra de Munch, salvo las esporádicas noticias del reencuentro y posterior desaparición de su famoso “El Grito”, pero tenía curiosidad por este artista y el resto de obra. Munch nació en 1863 en Løten, Noruega, vivió una infancia difícil, lo que determinó su personalidad y sirvió de base para el desarrollo de su arte. El artista pasa por distintas fases en su obra, influenciado por el color y el desgarramiento de las formas del Impresionismo y el Postimpresionismo, sin embargo, normalmente se le engloba dentro del movimiento Simbolista, al transformar las formas a su expresión más esquemática y hacer de ellas un elemento simbólico y personal.
Ante la inmensa producción de obra de Munch, el Museo Thyssen se ha centrado en aquellas pinturas, dibujos y grabados con una carga emocional centrada en las obsesiones del autor (y del ser humano en general) como el amor, los celos, la ansiedad, la muerte o la melancolía, pero también en torno a la repetición de determinados escenarios que configuran y enmarcan a estos personajes atrapados por sus sentimientos y pesares.
En cuanto al espacio en sí de la sala, está determinado de forma casi idéntica a otras exposiciones temporales del museo, situada en la planta baja y con las secciones separadas en las distintas antesalas. La gráfica usada la verdad es que me ha gustado mucho, con los rótulos en madera. El recorrido es interesante y no se hace demasiado repetitivo, lo cual se agradece.
«Veo a todas las personas detrás de sus máscaras, rostros sonrientes, tranquilos, pálidos cadáveres que corren inquietos por un sinuoso camino cuyo final es la tumba.»
Edvard Munch
En las obras expuestas predominan las pinceladas salvajes, pero aún así ordenadas; personajes de miradas vacías que parecen más bien ánimas sin rumbo en un limbo imaginado y lúgubre. Estas obsesiones existenciales de Munch se transforman muchas veces en colores planos que, sin embargo, refuerzan esa idea de soledad y desamparo. Las imágenes resultan lúgubres en posturas y contenido, pero rebosantes de color en lo plástico, como Atardecer (1888) o La niña enferma (1907).
Una grata sorpresa en esta exposición fue conocer las xilografías y dibujos de Munch, que resultan, por la propia técnica, aún más salvajes en su realización, líneas que forman imágenes fantasmagóricas que parecen salidas de una pesadilla, y, aún así, completamente hipnóticas. De todas ellas me quedo con Pánico (1915).
En las últimas salas están las obras dedicadas a la sensualidad. Pero no es ésta una sensualidad pura y decidida, sino algo más siniestro, es una mirada a algo que está más oculto, más hondo dentro de los sentimientos humanos, una invitación a lo sensual, sí, pero también una invitación a la muerte.
Aunque ya quedan pocos días para poder ver la muestra, os recomiendo que os paséis y os dejéis poseer por ese personaje convulso y extraño que fue Edvard Munch.