(Oda al) Otoño
El otoño es mi estación favorita, aunque mentiría si dijera que siempre ha sido así. Probablemente de pequeña le tuviera más gusto a esos veranos de días eternos con mis abuelos, mis tías y mi primo en el pueblo, huyendo del calor de Madrid (esto sí que lo he odiado siempre).
El otoño trae mañanas frescas y viento con olor a lluvia, hojas de cambiantes colores que revolotean bajo la luz dorada de esos días claros de cielo azul y algodonosas nubes. En Madrid la lluvia no está tan presente como me gustaría, aunque a veces la suerte me sonría y las nubes oscuras y amenazantes cubran el cielo; esos días me siento feliz, en calma, como si el universo por fin estuviera en orden.
Todos los otoños escribo una lista de intenciones, de cosas que quiero hacer durante esta estación, y aunque casi nunca cambia, la ilusión por esta estación, que siento como un nuevo inicio, por escribir de nuevo en mi agenda todo lo que quiero que traiga, no decae nunca. Siempre hay libros en mi lista de otoño, y aunque no tenga un cottage al más puro estilo inglés (ni siquiera una terraza), leer en la butaca junto a la ventana hace que me desplace a cualquier lugar del mundo. El aroma de las velas de Book and Glow (preferiblemente 221B de Baker Street), y un té calentito completan la escena, y no necesito mucho más para evadirme del mundo cada vez más loco que nos toca vivir. ¡Cuán feliz sería de tener una taza de té eterno! Que se rellenase sola una vez se termina.
Recoger hojas caídas de los árboles, hojas voladoras de colores verdosos, amarillos y rojizos, y meterlas en libros donde encontrarlas años después. No me puedo resistir a recoger los abanicos del ginkgo biloba, mi árbol favorito, las gigantes hojas de los arces y del castaño de indias. Otros tesoros aguardan en los suelos empedrados de hojas caídas: piñas, castañas, bellotas…
De pequeña me encantaba saltar en los montones de hojas caídas, tirarlas al aire cual confetti. Tengo un recuerdo especialmente arraigado de mi madre y yo paseando por un parque, andando por la calle central con los árboles, gigantes y protectores, a ambos lados, las hojas por todas partes, el tiempo fresco, tirando hojas y la promesa de chocolate caliente y churros al llegar a casa.
Cogía piñas con mi abuelo y las abríamos en casa, o compraba con mi madre piñones con cáscara y los abríamos tranquilamente mientras sonaba de fondo algo en la televisión, tras el paseo por el parque.
Quizá mi amor por el otoño venga precisamente de los gratos recuerdos que guardo de esta estación.
Ahora, las fotos no pueden faltar, uno de mis lugares favoritos es Aranjuez, ¿quién puede resistirse a eso jardines? Habré estado mil veces, pero siempre los veo diferentes.
Incansable bebedora de té y café, en esta estación no puede faltar el té chai con leche, el intenso sabor de la canela y el jengibre que traen promesas de un tiempo frío y acogedor. El café de calabaza con especias, la tarta de zanahoria, y la tarta de calabaza de mi madre, con esa base de hojaldre tan deliciosa.
Y libros, miles de libros, la vuelta de la concentración perdida en los extenuantes y calurosos días del verano madrileño. Volver a recorrer las librerías, ver las novedades, los clásicos, y con suerte encontrar tesoros en libros de segunda mano.
No me canso de pintar calabazas y setas en acuarela, a grafito, a pluma… fantasmas para finales de octubre, releer Don Juan Tenorio por enésima vez el primer día de noviembre, volver a ver series y películas cuyos diálogos puedo recitar de memoria, comienzos, promesas, nubes negras en el horizonte, la tan esperada lluvia, los días de viento que se lleva las hojas amarillentas… ¿hay acaso algo mejor que el otoño?