Sobre lo posible y lo imposible
Por cada vida posible que se cumple, cada deseo que se satisface, hay otras vidas que no se llegaron a vivir, otros lugares que no se han conocido, (…) hacer algo es sobre todo dejar de hacer otra cosa.
Esta idea que menciona Muñoz Molina en su libro «Ventanas de Manhattan» me ha estado acechando desde hace ya un tiempo. Tenía que tomar una decisión que suponía cambiar ciertos aspectos de mi vida o dejarla unos meses en stand-by; quería ambas cosas pero tenía que elegir la opción más correcta, o mejor dicho, menos dañina.
Esta idea de la elección me impactó más de lo que hubiera imaginado y de lo que me gustaría reconocer; aunque más de una vez he jugado al «¿qué hubiera pasado si…?» imaginando mundos imposibles (o posibles en universos paralelos, nunca se sabe). Nunca había pensado en la «sencillez» que hay bajo las elecciones que tomamos.
Pero volvamos a la lectura. El libro narra la estancia de Muñoz Molina en Nueva York, casi como un diario pero sin llegar a resultar extenuante en sus detalles. Me resultó curioso compararlo con «Lugares que no quiero compartir con nadie», de Elvira Lindo, dos visiones de una experiencia vital parecida. Mientras que este último se acerca más a una especie de guía de viaje creada por una vieja amiga que nos comenta y desentraña sus lugares favoritos de la ciudad en la que ha vivido, el de Muñoz Molina resulta mucho más intimista, parece que ahonda más en el lector, transmitiendo sensaciones y, si hay suerte, algunas veces esos lugares físicos de referencia; lugares y sentimientos que nos regala párrafo a párrafo, regalos intangibles que «enriquecen a quien los ha hecho y se vuelven un tesoro enaltecido por el agradecimiento para el que lo recibe, en un recuerdo y también en la posibilidad de otro regalo. En el lugar estará siempre quien nos lo descubrió y el momento de nuestra vida en el que gracias a su mediación lo conocimos», escribe. La pluma de Muñoz Molina se desenvuelve como un susurro que se cuela en tu mente.
A lo largo de sus páginas, va desgranando temas que le interesan, combinándolos con música jazz y caminatas interminables, como hipnotizado, con las manos en los bolsillos y una libreta en la mochila, mirando a través de las ventanas que la ciudad le iba mostrando, refugiado en cafés, mirando siembre, observando, imbuyéndose de cada mínimo movimiento a su alrededor. En sus páginas hay reflexiones sobre el arte, la memoria, la historia y la fragilidad de un momento fugaz y su permanencia en los objetos cotidianos, el cruce de generaciones que nunca estarán juntas en el mismo momento del tiempo, pero que confluyen en el mismo lugar. Nos regala lugares, palabras, música jazz, mucha música y artistas que personalmente me habían pasado desapercibidos.
Volviendo a las elecciones y a lo que dejamos de vivir por vivir otra cosa distinta, quizá es momento de cambiar el planteamiento de vida. Hace mucho tiempo, en alguna parte leí que no tiene sentido arrepentirse de las decisiones que tomamos en el pasado, ya que en ese momento nos parecieron las correctas. No es un mal pensamiento para calmar el espíritu cuando nos vienen esas ideas malévolas sobre qué hubiera pasado si hubiéramos tomado el otro camino. A colación de esta idea retomo un consejo del otro alma de Komorebi, quien me dijo que debía tomar la decisión de la que menos me fuera a arrepentir en el futuro. No es, sin duda alguna, un mal consejo.
No se sabe qué pasará, y obsesionarse con ello no es ni sensato ni saludable.
Finalmente, pese a la advertencia de Muñoz Molina de que «no se pueden leer todos los libros que uno quisiera; siempre faltará tiempo, y el que se dedique a uno se le estará negando a otro», el suyo es de los que merece muy mucho la pena leer.